viernes, 11 de enero de 2013

Sueños de Dios, no resoluciones



¿Por qué no confesarlo? Como he compartido en este espacio en ocasiones anteriores, la frustración por las metas y sueños sin realizar, o por un pasado de fracaso, nos nubla la mente de tal forma que gastamos más energías pensando cómo resolveremos eso que ya pasó, que ideando nuevos proyectos y objetivos por los cuales seguir adelante.

 Dios es un Dios de oportunidades. Lo digo porque el otro día iba en mi auto y mi mente viajaba a toda velocidad, mientras soñaba en cosas que quisiera aún realizar. Y no creo que se tratara de una simple resolución, de esas que a veces uno se fija a principio de año más por la costumbre que por la convicción de que lo hará.

Y digo que Dios es un Dios de oportunidades porque de la manera que comenzaban a aflorar los pensamientos es como si el Señor me estuviera diciendo, ‘nunca es tarde’, ‘aún estás a tiempo’, ‘no pienses en tus supuestas limitaciones, piensa en lo deseas hacer’.

Interpreté esos pensamientos que vinieron a mi mente como una oportunidad de un cambio, de dar un giro a mi vida.

Creo que Dios es un Dios de oportunidades, porque en otras circunstancias, otros estarían pensando en lo que no han logrado. A mí me ha sucedido. He caído en semejante tipo de pensamiento que en lugar de levantar nuestro espíritu, lo que hace es derrumbarnos por darle cabida en nuestra mente, casi sin darnos cuenta.

Por eso, que Dios te ponga pensamientos de victoria y no de fracaso, de sueños que quieres alcanzar y no de frustraciones pasadas, es una clara señal de su amor y de que sus planes para conmigo y contigo son de bien.

Y como fueron casi automáticos los pensamientos contrarios que venían a robarme la bendición tratando de convencerme de que lo que estaba soñando, ya era muy tarde para lograrlo, comprendí que debo depender de Dios y pedirle que no me deje claudicar cuando quieran volver a interponerse pensamientos contrarios, como, "no se puede", "no tendrás tiempo", "no tienes dinero".

Escojo ganar este año; escojo subir varios peldaños, adelantar en la carrera. Me niego a quedarme estancado. Tengo las de ganar pues resulta que no es en mis fuerzas, sino que Dios va a mi lado, equipándome, dándome fortaleza, sabiduría y visión. Es Él, el que me fortalece con su gozo, cada vez que me recuerda para qué fui hecho, y para qué me ha equipado.

Esa convicción que nos hace sentir Dios en su inmenso amor, nos llena de gozo porque tiene que ver con el propósito para el que fuimos creados. Y no hay satisfacción más grande que el ser humano pueda tener, que sentirse seguro que lo que hace, es exactamente lo que es como persona. Lo que está en su ADN.

Es una convicción que llena de gozo porque aun cuando la persona no estuviera realizando lo que está soñando, ese sueño o visión lo llena de entusiasmo porque es como si hubiera descubierto el lugar exacto donde está escondido un tesoro, razón por la cual en su corazón se propone que lo buscará hasta encontrarlo.

Dicho de otro modo, no es lo mismo ser, que hacer. Casi en el 99.9% de los casos, cuando a alguien se le pregunta quién es, aparte de su nombre dirá a modo de presentación a qué se dedica: su profesión u oficio. Pero lo paradójico es que muchas veces eso que se hace (trabajo, profesión u oficio) no necesariamente habla de quién eres.

Cuántos casos vemos a diario de personas que estudiaron una carrera y ejercen otra. U otros casos en que aun ejerciendo lo que estudiaron, no están a gusto. En este segundo ejemplo, muchas veces el disgusto o sentido de que les  falta algo, se relaciona a que escogieron mal la carrera. Mal, porque quizás eligieron estudiar tal o cual profesión en  base al prestigio que tiene, o a la buena remuneración, pero no tomando como base sus verdaderas aptitudes, talentos y capacidades.

Por eso muchos terminan frustrados, porque solo están haciendo, pero no siendo. Eso lo vemos casi a diario en personas que actúan solo a cambio de obtener un salario, pero en quienes no vemos la más mínima vocación ni amor por lo que hacen.

Por otro lado, a veces pecamos de pensar mucho y no actuar; de soñar, pero no ejecutar. Esta línea me lleva a recordar la corta reflexión de fin de año que trajo mi pastor durante la reunión de despedida de año. Se explica por sí sola y consiste de una encomienda, si se le puede llamar así, que consiste en tres pasos: Sueña, planifica y actúa.

“Porque, ¿quién de vosotros, deseando edificar una torre, no se sienta primero y calcula el costo, para ver si tiene lo suficiente para terminarla? No sea que cuando haya echado los cimientos y no pueda terminar, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él”. (Lucas 14:28-29)

Una de las razones por las que nuestras resoluciones de principio de año no se concretan al llegar el mes de diciembre, es porque no planificamos, ni mucho menos actuamos. Nos quedamos en la fase de soñar, pero no damos el paso extra.

Otra de las razones por la que fracasamos, es cuando nuestros planes no están alineados al diseño con que Dios nos creó; la razón por la cual nos trajo a este mundo.

Por eso digo que él es quien nos da fuerza, porque cuando escogemos seguir el diseño de Él, Dios mismo se encarga de equiparnos y adiestrarnos en el camino. Ese adiestramiento incluye la fase de caer y levantarse. Aprender de los errores y también de los éxitos.

Y muchas veces la manera de Dios fortalecernos y animarnos, es recordándonos para qué nos trajo. Esto último me hace recordar también algo que me hizo comprender hace unos años; que Dios tiene sueños con nosotros.

“Mis planes no son sus planes, mi proyecto no es su proyecto. Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así se alzan mis proyectos sobre los de ustedes, así superan mis planes a sus planes”. (Isaías 55:8-9)

Él nos ve triunfadores aunque nosotros nos sintamos inadecuados. Él sigue esperando que nosotros confiemos en él por completo, y no a medias. Él confía y sueña con nosotros; nos ve llevando a cabo el propósito para el que nos creó.

“Pues yo sé los planes que tengo para ustedes –dice el Señor. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza”. (Jeremías 29:11)

(Buenas Nuevas, por Antolín Maldonado)

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